Derecho de Seguros

10/08/2014

“El seguro es el antídoto del riesgo”

Desde que el hombre se procuró hogar y sustento y pudo con los excedentes iniciar el comercio, ha tenido la necesidad de asegurar sus bienes.

Autor: Javier López García de la Serrana

No obstante, seria con el mercantilismo de los habilísimos fenicios, con la esplendorosa expansión griega y con el pragmatismo del derecho romano, que este antecedente del seguro tomaría cuerpo en el préstamo a la gruesa (nauticum foenus) en el que los banqueros aseguraban las mercancías que se transportaban por mar, siendo devuelta esta cantidad con intereses por el armador si la carga llegaba felizmente a puerto.

Ahora bien, el seguro lucrativo tuvo su principal antecedente en el seguro marítimo, del que ya encontramos pruebas en Génova (Italia) allá por el año 1347, mientras que la primera póliza apareció en Pisa en el año de 1385. No obstante la primera vez que el contrato de seguro se regula con fuerza de ley será en “Las Ordenanzas del Consulado de Barcelona” de 1435.

Cuando el escenario del comercio marítimo se trasladó del Mediterráneo al Atlántico gracias a las nuevas rutas comerciales abiertas por españoles y portugueses, la práctica de la piratería se trasladó con él, y el nuevo auge de estas prácticas en un escenario tan amplio y difícil de controlar, motivó la regulación del seguro marítimo que en el caso de las especias, o de los metales precisos, alcanzaban el montante de auténticas fortunas. En este escenario se intenta crear un marco jurídico que regule el seguro, principalmente subordinado al comercio marítimo, así Carlos V en 1538 aprueba “Las Ordenanzas del Consulado de Burgos” en las que por primera vez se crea un modelo de póliza uniforme y se dictan normas comunes para evitar fraudes y abusos. Estas normas tendrán luego su reflejo en las Leyes de Indias.

La captura de tripulaciones y la solicitud de rescate seguía siendo moneda común entre los piratas y un sustancioso negocio, los que no podían pagar su rescate, como Miguel de Cervantes Saavedra, cautivo de los piratas turcos en Argel, debían de esperar años de cautiverio, cuando no la muerte.  Este acicate dio origen a un seguro que servía para garantizar el rescate, pero que acabo extendiéndose a la muerte del asegurado durante la duración del embarque. La primera póliza de vida de la que se tiene noticia fue la expedida por la Cámara de Seguros de Londres en 1583.

Pero el hecho más sonado a partir del cual la conciencia social entiende la verdadera importancia del contrato de seguro acontece en Inglaterra, en el seco y caluroso verano de 1.666. Una mañana de septiembre se inició un incendio en el comercio de Thomas Farynor, panadero de Carlos II. El incendio comenzó a extenderse sin límites, tanto que las piedras de la catedral St. Paul estallaron por el calor y el plomo de su construcción corrió por las calles derretido. Este lamentable y sonado accidente llevó a Nicholas Barbon a abandonar su profesión de médico y dedicarse a la reconstrucción de las 13.200 viviendas y 89 iglesias destruidas creando para ello su propia compañía aseguradora, la “Fire Office”.

Sería también en Londres en donde en 1688, en un humilde café donde se daban cita armadores y financieros, donde se crea la famosa compañía Lloyd’s, que sentaría las bases del concepto moderno del seguro y que ostentaría la primacía en el ramo de los seguros en Inglaterra hasta el siglo XX. Su afamada capacidad de asegurarlo todo, cuenta con un amplio anecdotario de ilustres excentricidades y desastres históricos entre los que algunos citan una supuesta póliza de vida de Napoleón Bonaparte, la sonrisa de Marlene Dietrich o la póliza de seguros del Titanic.

Las primeras compañías aseguradoras que surgieron en España lo hicieron en la ciudad de Cádiz en el siglo XVIII, al calor de su intensa actividad mercantil al ser traslada desde Sevilla a esta ciudad la Casa de la Contratación en 1717 que centralizaba el comercio con América. No obstante, seria en el siglo XIX donde se crearían las grandes aseguradoras españolas como la Mutua Contraincendios de Madrid de 1822 y la Sociedad de Seguros Mutuos Contraincendios de Barcelona de 1835, así como la Compañía General de Seguros, fundada en Madrid en 1841, o La Unión y el Fénix Español, así como el Grupo Catalana Occidente, que remontan sus orígenes a 1864.

El desarrollo de la industria y los transportes en el siglo XIX hace que el seguro en sus diferentes ramos crezca inexorablemente cubriendo incendios o pérdidas de manufacturas, garantizando contratos o servicios y permitiendo expandir el comercio y con ellos el desarrollo económico y social. Pero sería en el campo de los transportes con el automóvil creado por Karl Benz, con el que se inauguraría un nuevo ramo del seguro dedicado a cubrir la responsabilidad civil de los automovilistas que empezaban a transitar las carreteras. La circulación de los vehículos en el tumulto de las incipientes metrópolis industriales, no era en absoluto extraña a la sociedad, donde el intenso tráfico de caballos y carruajes ya había originado en Paris el embrión de este nuevo ramo del seguro que funcionaba como una fraternidad de cocheros. La popularización del automóvil durante el siglo XX no hizo más que sustituir este escenario por uno más complejo en el que el seguro de responsabilidad civil encontró un amplio campo de desarrollo así como extensa regulación legislativa.

Con esta pequeñísima lección de historia del seguro sólo pretendo poner de relieve el gran papel que desempeña el seguro para el mantenimiento del llamado “estado del bienestar” favoreciendo el desarrollo y las grandes obras y cubriendo esa necesidad que ha sentido el hombre desde la noche de los tiempos de proveer para el futuro. Los principios de los seguros y su eficiente administración son tan robustos que su crecimiento ha sido espectacular sin poder compararse a ella ninguna otra institución. Y es que la persona, pese a llegar a sentirse poderoso sobre la naturaleza o mandatario de los demás no puede controlarlo todo, no puede escapar a los hechos fortuitos ni puede prever el comportamiento doloso o imprudente del prójimo. Por ello, y como miembros de la colectividad, la mejor opción sin duda es la agrupación para el soporte conjunto del daño, lo que supone una gran reducción. No se puede escapar a todo, pero sí se puede estar preparado.

En conclusión, el seguro se puede definir como un sistema que permite prever las consecuencias económicas de los hechos futuros e inciertos, cuya eventual realización tema la empresa o persona asegurada y, además, busca anular sus efectos. En resumen se puede decir que los seguros constituyen un método de transferencia de riesgos. De hecho es célebre la frase de GARRIGUES que lo define: “El seguro es el antídoto del riesgo”.

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1 comentario

  • Excelente artículo. El riesgo es incierto y aleatorio pero se puede reducir el impacto de su realización mediante un seguro que lo prevea. por mucho que se intente reducir el riesgo, y es conveniente hacerlo, nunca se elimina al 100%. Sólo cabe protegerse de él con un seguro.

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