Artículos doctrinales

26/03/2014

Más vale un mal arreglo que un buen pleito

Un buen asesoramiento puede evitar un pleito

Es muy conocido el libro de SUN TZU, El Arte de la Guerra, pero hay una versión del mismo de Thomas Cleary, en cuya introducción cuenta una hermosa historia de médicos:

Un noble de la antigua China preguntó una vez a su médico, que pertenecía a una familia de sanadores, cuál de ellos era el mejor en el arte de curar. El médico, cuya reputación era tal que su nombre llegó a convertirse en sinónimo de ‘ciencia médica’ en China, respondió: “Mi hermano mayor puede ver el espíritu de la enfermedad y eliminarlo antes de que cobre forma, de manera que su reputación no alcanza más allá de la puerta de la casa. El segundo de mis hermanos cura la enfermedad cuando todavía es muy leve, así que su nombre no es conocido más allá del vecindario. En cuanto a mí, perforo venas, receto pociones y hago masajes de piel, de manera que, de vez en cuando, mi nombre llega a oídos de los nobles”.

Me pregunto cuántas enfermedades evita nuestro asesoramiento previo. La gente debería saber que el conflicto anida en ese párrafo que pasa desapercibido de su contrato de compraventa, de su póliza de seguros o de su préstamo hipotecario… y que verlo antes de que se manifieste es también nuestro trabajo. Aunque ese servicio, tal vez sea menos vistoso que ganar un pleito. Además, todos somos conocedores de nuestra realidad social y procesal, donde las trabas económicas para el acceso a la justicia son importantes, y me refiero a las famosas tasas judiciales, lo cual hace que nuestros clientes se piensen muy detenidamente si ejercen o no una acción. Pero frente a tal obstáculo nuestra función adquiere aún más responsabilidad, pues será el estudio, la investigación y la lógica, los elementos que deberemos utilizar para dar coherencia y sentido a nuestro asesoramiento, de manera que nuestras posibilidades de evitar el pleito sean mayores.

Siendo la finalidad primera y última del Derecho la consecución de la justicia, la profesión del abogado resulta una de las más nobles que puedan cultivar los hombres. Pero el otrora ‘advocatus’ que conocieron los romanos y a quien llamaban en auxilio de sus diferencias, no ha sabido conservar siempre su entereza para pasar de largo frente a las débiles tendencias humanas, permitiendo en ocasiones el nacimiento del doble discurso y la doble moral, el paso del homo jurídicus al homo corruptus que busca el pleito aunque pueda evitarlo, según Centeno Burgos, abogado y periodista, para el cual se inicia ahora un reto para nosotros, reinstalar nuestro oficio en el nuevo mundo de transformaciones que estamos viviendo. Ello implica, sin demora, reformular misiones para un oficio inveterado y permanente. Hablo de nuevos horizontes como es la mediación, en concordia con la escala de valores necesarios para cimentar una nueva abogacía preventiva.

Se trata en fin de desempeñar nuestra labor sin perder de vista la moralidad que debe impregnar cada actuación del abogado. Ello no significa que debamos renunciar a utilizar las nuevas técnicas de publicidad o comunicación que nos ofrece la sociedad actual, pues al fin y al cabo nuestra actividad también es una actividad empresarial, además de profesional, y como tal nuestro objetivo debe ser rentabilizar al máximo nuestro trabajo. Pero debemos huir de los caminos fáciles que parecen llevarnos hacia el éxito definitivo, y por el contrario asentar bases fuertes que nos permitan desarrollar nuestra función con seguridad, tomando como principios el estudio continuo y la innovación, para de este modo alcanzar nuestro objetivo de servir al cliente, al que también se llega poniendo en valor la figura del abogado mediador, pues la labor del abogado no está siempre en el pleito.

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